Como, ya lo saben, me paso las madrugadas intentando sacar adelante una novela, soy testigo de eventos realmente espeluzantes. En la tele, claro, no vayan a creer que me desplazo a una trinchera del frente afgano para emborronar la pantalla del portátil.
No por repetitivas dejan de ser alucinantes las estrategias de las televisiones (todas) para llenarse los bolsillos a costa de la desgracia y la esperanza ajenas. Lo que me sorprende, y bastante, es que los timadores profesionales que otrora anidaban en las paupérrimas emisoras locales, ahora hayan aterrizado en las generalistas, con el engaño barnizado bajo la fácil verborrea de unos buhoneros y buhoneras de diseño (todos guapos y rubios y vestidos de diseño y oseasí, osea) que disparan su discurso engañoso desde la plaza del pueblo catódica que ocupa un lugar preferente en nuestros salones. A un leuro coma diez la llamada a un 806, y le garantizamos que estará en una cola de espera la mar de cuca y que, a lo mejor, te puedes llevar doscientos euros.
Sopas de letras que podría resolver (a priori) un niño de cuatro años, ahorcados diseñados para borderliners, juegos estúpidos sin pies ni cabeza... algunos llegan incluso a poner la respuesta en pantalla. ¿Cuál es el pero? Fundamentalmente el pero es que siempre, siempre falta una letra. Y es ahí, niños y niñas, donde está el vero cuore del timo.
No dispongo de datos reales, pero para mí tengo que las madrugadas están llenas de gente aburrida y jugadores compulsivos (incluso de personas tan solitarias que encuentran estímulo en hablar con una máquina) dispuestos a dejarse los cuartos en timazos de esta índole en el que te tienen todo el tiempo que puedan enganchado al anzuelo de "espere un momento que ahora mismo le pasamos a plató", mientras el contador de pasos del teléfono corre que se las pela y, con él, la factura que tendrás que pagar a fin de mes. De esta última, no nos engañemos, se lleva la televisión tremenda tajada, del orden de un treinta por ciento. Hay gente a la que le están clavando más de cuatrocientos lerus porque al tonto de su hijo se le ocurrió intentar arreglar la economía familiar por su cuenta.
Y es que es ahí donde reside el mayor peligro. Los que estamos en la versión 4.0 de la vida (en adelante) no solemos caer en estas trampas, pero los jóvenes y adolescentes... ufff, "peligro, peligro", que decía el Robbie el Robot hace ya mucho tiempo.
Yo creía que había sentencias que condenaban este tipo de prácticas baratas, más propias de siglos oscuros y no de estos tiempos de luz y tecnología. De verdad que estaba convencido de haber oído en alguna parte que habían condenado a alguno de estos malandrines.
Por lo visto no.
O es que seguimos viviendo en un país de charanga y pandereta, donde la justicia actúa en función de las cifras de tu cuenta corriente y no del delito que estés cometiendo.